MI CONFRONTACIÓN CON LA DOCENCIA
Estudié la carrera de Técnico Laboratorista Clínico en un CECyT (antecedente de los actuales CBTIS). Fue la época estudiantil más bonita y satisfactoria de mi vida; hasta hubiera sido capaz de reprobar con tal de continuar ahí. El destete escolar fue muy duro; me pesó tener que egresar. La calidad y entrega de mis profesores –puros universitarios- me impresionaron, en especial el estilo del maestro de Física, que si bien conducía su clase con abundantes apuntes en el pizarrón, le daba una excelsa organización a los contenidos y las explicaciones me parecían una delicia de claridad, sencillez y congruencia.
Las condiciones económicas de mi familia no eran las idóneas para estudiar una carrera universitaria y encontré un empleo en una empresa de Tepic, Nayarit como inspector de control de calidad. Duré cerca de tres años en ese lugar hasta que un día renuncié con la intención de ir a Guadalajara a estudiar Ingeniería Química.
De repente se presentó la enfermedad de una hermana y fue necesario contribuir a los gastos. La situación médica se resolvió favorablemente, aunque me quedé sin saber que hacer. Mis padres me sugirieron estudiar en la Escuela Normal Superior de Nayarit. Yo no lo deseaba. Eran tiempos en que yo era muy imprudente y soberbio; calificaba a los malos maestros como una mafia de perezosos e ineptos. ¡Qué esperanzas que yo fuera a ser uno de ellos!
Sin embargo, la insistencia de mis padres me convenció y me inscribí en la especialidad de Biología. Yo hubiera deseado estudiar la especialidad de Química, pero no existieron las circunstancias para lograrlo. Al paso de los días, me fui interesando por mis estudios. Pronto pasaron los años y egresé también de ahí.
Dejé el estado de Nayarit para buscar oportunidades de trabajo en Jalisco. Fui a Guadalajara, me hospedé con unos familiares y uno de ellos me relacionó con una de sus compañeras de postgrado, quien a la postre resulto directora de un CONALEP. Esta era una gran oportunidad: influido por mis años de bachillerato, anhelaba trabajar en el nivel medio superior. Me entrevisté con ella y acepté las clases de Taller de Lectura que me ofreció. Semestres después me asignaron materias del ramo químico. Procuré siempre poner en mis labores todo mi esfuerzo y mis fortalezas a favor de mis alumnos y un día recibí una invitación de un compañero de trabajo para incorporarme al CETIS 14, donde laboro hasta la fecha.
Me gusta mucho compartir lo que leo, lo que escucho y lo que vivo con otras personas, especialmente si son alumnos. Me molestan las críticas superficiales y generalizadoras que hacen las personas hacia el magisterio (…y pensar que alguna vez yo procedí como ellos). Quisiera verlos en el lugar de muchos de nosotros que hasta los domingos de vacaciones hacemos algo relacionado con la educación. Valoro y aprendo de mis compañeros, los de mi plantel y los de otras escuelas, a quienes encuentro en eventos como los Concursos Nacionales de Ciencias Básicas y las Reuniones Estatales de Academias.
Me cuesta mucho escribir esto, pero ha sido en mis dos trabajos en el nivel medio superior donde realmente me formé como el maestro que actualmente soy. Desgraciadamente, el plan de estudios que llevé en la Normal se enfocaba en las vidas de los pedagogos y las asignaturas de la especialidad; me hubiera gustado que desde aquellos años hubiéramos tenido materias enfocadas a la resolución de conflictos, al mantenimiento y mejoría de la relación maestro-alumno, a la elaboración de material didáctico, a la didáctica de la especialidad y al manejo de técnicas grupales. Puedo parecer ingrato con mi alma mater, pero esas fueron las circunstancias. Reconozco que gran parte de lo que soy, con mis fortalezas y deficiencias, lo debo a mi estancia en el nivel medio superior.
Sin embargo, hoy en día existen cosas que me molestan o me desaniman: las diversas reformas le han quitado una hora-clase a las materias de tronco común y se pretende que impartamos la misma cantidad de contenidos que cuando tenían 5 horas semanales. Se nos está exigiendo gradualmente que desarrollemos tareas titánicas sin herramientas para conseguirlo. Han abundado los cursos teóricos, sin técnicas ni instrumentos, y reitero que se nos asigna la obligación de su aplicación.
Me reanima y me alienta el saludo de mis alumnos. Los encuentros en algún camión o minibús, la visita de los egresados al plantel, la expresión “¡Ah, ya le entendí!”. Un exalumno que trabaja en el tren ligero y me pide que pase sin pagar boleto; otro que es policía, baja de la patrulla y me ofrece un abrazo sincero, recordando detalles olvidados de nuestras clases de hace tanto tiempo; el jueves que Ricardo vino y me comentó que acaba de terminar una ingeniería… y María del Consuelo, quién me honró alguna vez diciendo que para ella, yo era su papá. Bendiciones a todos ellos y millones de gracias a mi profesión.
jueves, 11 de diciembre de 2008
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