¿El aprendizaje es algo tan trivial que se puede observar y medir con base en unas simples preguntas a propósito de unos contenidos cualesquiera?
Los fines del mundo laboral son concretos y específicos, no concuerdan con una educación integral del ser humano. Se conocen casos de empresas que clamaban por la mejoría en la educación de un pueblo como una manera de ahorrar recursos en la capacitación de los egresados nacionales, tan sólo para emigrar a determinado país subdesarrollado con la única condición de que este último le ofreciera menores costos en impuestos, pese a contar con un a mano de obra aún menos calificada que en el primer país.
Existen personas que se hallan preocupadas por inscribir a sus hijos en todo género de cursos que los capaciten con miras a un mejor futuro en el mundo laboral, con lo que existe el riesgo de robarles su infancia, como sucede en la obra de Hermann Hesse, “Bajo la rueda”.
El avance de los tiempos ha creado incluso necesidades educativas, que constituyen una extensión más del mercado. No por menos valiosos, muchos grados educativos inexistentes a mediados de los años sesentas del siglo XX no dejan de constituir un negocio. Hoy mismo, puede pensarse en la abundancia de información como un medio para generar ignorancia por saturación. Independientemente de todo, la primera competencia legítima para todo ser humano y alumno, tendría que ser aprender a ser feliz.
La práctica profesional no puede limitarse a dictar una educación limitada a los miedos y exigencias del mercado, porque los empleados, los trabajadores y los directivos requieren de una educación integral que la capacitación no alcanza a cubrir. La educación nos modifica integralmente. Al aprender, cambiamos.
La reflexión pedagógica requiere examinar aún los prejuicios de pensadores renombrados que niegan la necesidad de la memorización y de la palabra oral en el aula. Las generalizaciones y las reducciones no son excepciones en estos campos. En la agenda del profesor actual, especialmente el de ciudad, falta el tiempo y el espacio para reflexionar sobre los quehaceres educativos; por otra parte, la dosificación horaria tiende a volver enciclopédica la enseñanza jugando en contra del ritmo de aprendizaje que implicarían incluso las actividades en las que se aprende jugando.
Las competencias educativas, al menos literalmente, consideran en sus enunciados principios éticos y ecológicos que buscarían desarrollar empresas con un rostro más humano, que jugaran limpio, fuera y dentro de ellas.
Por todo lo anterior, la educación, especialmente si se maneja con un enfoque basado en competencias, no puede ser medida con unas cuantas pruebas. Requiere de una observación constante y continua, en especial para observar y registrar, de ser posible en la voz de los propios alumnos, acerca de las transformaciones que la educación ha provocado en ellos.
domingo, 15 de febrero de 2009
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Coincidemos plenamente compañero, considerar las competencias como parte del desarrollo humano, tiene implicaciones más alla de ser observadas de forma mediática, ya que requieren de una reflexión más profunda.
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